El territorio rural de Buenaventura, en las veredas que componen el territorio del Consejo Comunitario Mayor del Bajo Anchicayá, ha sido el escenario de un proceso ejemplar de articulación entre tradición y ciencia: el Programa de Asistencia Técnica Agropecuaria (PAT). Una apuesta que demostró que cuando los saberes ancestrales se encuentran con el conocimiento técnico, el resultado es transformación y esperanza para las comunidades campesinas.

El proyecto no se ha limitado a la teoría. Ha sido un proceso vivo que germinó en parcelas demostrativas de papachina, chontaduro y bananito, y en dos galpones de aves de doble propósito, donde las prácticas agropecuarias dejaron de ser un ejercicio aislado para convertirse en un laboratorio de innovación comunitaria.

Con la puesta en marcha de una gira técnica a San José del Palmar en el Chocó, se permitió a los miembros del Consejo Mayor experimentar un ejercicio de diálogo de saberes, reconociendo que la nueva agricultura se construye desde la unión entre lo ancestral y lo científico. Así mismo, el proceso de capacitación en 16 líneas formativas –que incluyeron emprendimiento, comercialización, marketing, agricultura orgánica y procesos pecuarios– ha demostrado que el desarrollo rural no solo requiere sembrar la tierra, sino también sembrar ideas e inspirar nuevos paradigmas de innovación para el mercado.

El cierre del ciclo en abril de 2025, ha dejado frutos tangibles: tres miembros de la comunidad, formados y certificados como técnicos agropecuarios, consolidando no solo un aprendizaje personal, sino un capital humano que fortalece la autonomía del territorio.

El compromiso y apoyo de la compañía Celsia y el Consejo Comunitario Mayor del Bajo Anchicaya sumados al liderazgo de la Corporación Social Manantial, han hecho posible este sueño colectivo. Pero más allá de las instituciones, el verdadero valor de esta experiencia reside en la comunidad misma, que ha logrado apropiarse del proceso y darle sentido desde su identidad.

Hoy, el Bajo Anchicayá nos recuerda que la ruralidad no es atraso, sino potencia. Que la innovación no siempre viene de afuera, sino que se construye en el diálogo respetuoso entre la ciencia y la tradición. Y que cuando se apuesta por el campo, se apuesta también por la vida, la dignidad y el futuro de toda una región.

El desafío ahora es darle continuidad, evitar que este esfuerzo quede como una anécdota y garantizar que cada semilla sembrada, cada galpón levantado y cada técnico graduado, se conviertan en pilares para un modelo de desarrollo rural sostenible, justo e inclusivo.