Escrita por: Margarita Noreña
“Cuando entenderemos que la crianza necesita tribu”
Angélica
Ella… Samanta, mi amiga del alma, la que aún en silencios prolongados encuentra la manera de expresar que sigue tan conectada a mi vida como desde ese noveno grado del colegio, me inspira hoy a imaginar y escribir esta historia.
Nos conocimos en plena adolescencia, cuando la vida era una constante efervescencia. Nos descubrimos mientras peleábamos por tonterías y al calor de un amplio abanico musical que incluía desde Silvio, Pablo, Soda, Charlie, Fito y Mercedes, pasaba por Alanis, Roxette, y llegaba hasta la Máquina Total II, Diomedes y el Chichi Peralta, fuimos tejiendo historias siempre acompañadas de una frase “algo más para contarle a los nietos”, fuimos compartiendo sueños y fuimos sin darnos cuenta… construyendo una Tribu.
Ella… la adolescente invencible y autónoma que se había propuesto comerse al mundo, llegaba desde la vecina ciudad donde ahora adelantaba sus estudios universitarios, hasta mi casa en una inolvidable tarde de sábado, para lanzarme una frase que no me dio tiempo de refutar: “Estoy en embarazo y he decidido que QUIERO ser mamá”.
No puedo negar que sentí un miedo tremendo al escuchar esas palabras, pero a mi primer intento por cuestionarla, empezó a enumerar cada una de las razones que la hacían tomar la decisión, y entonces empezó a surgir en mí el más profundo sentimiento de orgullo… tenía al frente a mi mejor amiga tomando una decisión trascendental, con los temores propios que se deben sentir al tener un corazón latiendo adentro, pero llena de argumentos y de claridades que apuntaban todas al mismo lugar… “quiero darme la lucha por entregar al mundo un ser humano que lo haga más bonito”.
Meses después la llegada de Andrés anunciaba cosas hermosas, anunciaba que seguíamos creciendo, anunciaba sueños compartidos acunados en diferentes universidades que, aunque distantes físicamente una de la otra, nos permitían seguir conectando nuestro pensar con la formación de un espíritu crítico para la construcción de sociedades más justas.
Y así, el tiempo fue testigo de la vida que Samantha y Andrés construían juntos al compás de una melodía que todavía me retumba en la mente con su voz y en el fondo el sonar de Mercedes:
“Como un pájaro libre, de libre vuelo
Como un pájaro libre, así te quiero
Cada minuto tuyo, lo vivo y muero
Cuando no estás, mi hijo, ¡cómo te espero!
Es el miedo, un gusano, me roe y come
Apenas abro un diario, busco tu nombre
Como un pájaro libre, de libre vuelo
Como un pájaro libre, así te quiero
Muero todos los días, pero te digo
No hay que andar tras la vida como un mendigo
El mundo está en ti mismo, puedes cambiarlo
Cada vez, el camino es menos largo”
Hace un poco más de veinte días recibí un mensaje de Samanta, en el que me decía entre lágrimas que Andrés a sus 19 años había decidido entrar a hacer parte de la primera línea, que estaba allí en la calle, armado de un escudo y mucho valor, mientras ella temblaba de miedo de sólo pensar lo que podría llegar a pasarle y de nuevo me invadió ese mismo temor de aquel ya muy lejano sábado… pensé el momento en el que ella se había declarado rebelde para abrir paso a la vida y pensé en las mismas palabras que le pronuncié ese día… “usted es definitivamente una mujer demasiado fuerte, mucho más que yo y sabe que siempre la voy a acompañar en cualquier decisión que usted y, ahora, Andrés tomen”.
De nuevo sus argumentos no se hicieron esperar, ¿qué hago? ¿decirle que todo lo que le hablé del bien común, de la solidaridad, de la lucha y de la resistencia era un juego? ¿decirle que renuncie a sus ideales y a adelantar las disputas que nosotras por cobardes no pudimos asumir cuando debimos hacerlo?… y ahí estaba yo, de nuevo acallada por su fuerza, pero invadida de orgullo y con una convicción: era la hora en que se ponía en evidencia el accionar de la tribu.
Desde ese momento las noches han sido eternas en una conexión casi palpable aún en la distancia, cada estallido que escucho en la calle me remueve las entrañas, cada nuevo acontecimiento se traduce en un mensaje de “¿está bien? ¿Andrés está en la casa? Recuerde que estamos juntas en esto”, cada oportunidad de marchar, de brindar ayuda, de abrir espacios de reflexión, se convierte en un acto de abrigo colectivo con el que busco acompañar la dignidad de los actuales ideales de Andrés.
Sí, han sido días amargos, pero no puedo dejar de reconocer que han sido días en los que he podido ver que ese “quiero darme la lucha por entregar al mundo un ser humano que lo haga más bonito” hoy es una realidad que camina, una realidad de la cual aprendo cosas increíbles a través de mensajes que me refuerzan el orgullo que siento por Ella, cuando su hijo Andrés en las noches me escribe:
“Ya está llegando lo de Colombia a muchos famosos… pequeñas cosas que hacen correr la voz de las injusticias en las que vivimos”
“Yo estoy asustado, yo se que tengo todo lo normal para vivir ¿me entiendes? Pero sé que otra gente no… Así tenga lo suficiente salgo por ellos”
“Ojalá en las elecciones haya nueva gente, con un buen historial y que no se dejen comprar”
“Yo la verdad quería irme a la Marina, pero después de esto me cuestiono”
“Yo tengo claro que no todos los policías son malos… pero igual los buenos se callan”
“Cada día me siento en paz a pesar de la tormenta, nos estamos haciendo escuchar”
“Escribiré ideas, así sean cortas… igual siempre mantendré mis ideales, yo soy re-firme… como un hincha de Millos”
“Yo quiero ser un abuelo con historia”
Estas no son las frases de un vándalo, son las frases de un joven que hoy explora el mundo, se niega a pasar de largo frente al sufrimiento de los demás, está dispuesto a reconocer la bondad en cualquiera, incluso en quienes hoy no piensan como él, busca que su voz, su sentir y sus ideales sean escuchados y no sólo contenidos con gases y fusiles… son el fruto de una mujer que encarnó en su maternidad la máxima expresión de la resistencia: EL AMOR INCONDICIONAL DE UNA MAMÁ.
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