Un recorrido aéreo desde la calurosa Cartagena, una caravana desde la Querendona, cinco horas en moto atravesando la cordillera, tres viajeros desde el puerto de Buenaventura, una comisión venida del diverso Cauca, un viaje corto desde la sucursal del cielo, Cali y un paso desde la alegre Palmira, un solo destino: Rozo. Bastó solo un guiño para que todos acudiéramos al llamado ¡Nos encontramos!
Prepararnos para este encuentro hizo parte de un rito especial, tal vez a algunos les tomó menos tiempo que a otros, pero seguramente todos nos detuvimos a pensar en la maleta por unos minutos: ¿qué llevar?; sin duda, ropa cómoda, fresca y fácil de compactar. Después de empacar era necesario hacerle un huequito a nuestro territorio, a nuestra cultura, a nuestros valores, a lo que nos representa como individuos, no podíamos llegar sin aquello que nos haría sentir orgullosos de nuestras raíces. Esta, sin duda, fue la parte más especial del rito.
Llegar era el primer objetivo. No hubo uno solo de nosotros que no llegará con una sonrisa dibujada con lápices de colores en el rostro, se nos notó la alegría de poder ver caras que días anteriores solo veíamos a través de una pantalla, como esos amores a la distancia que moldean las redes sociales y que no resisten más videollamadas; así fue. Abrazos, sonrisas, besos en la mejilla y saludos efusivos ¡qué buen inicio!
La jornada inició. En medio de camillas, extintores y vendas pusimos a prueba nuestra capacidad de responder ante una emergencia; nos llenamos de polvo, barro y fuerzas para levantar al paciente. Nos reímos, pero sabíamos que esa risa, además de expresar alegría por el chiste que iba y venía, estaba impregnada de nervios, porque sabemos que en nuestro quehacer se pueden presentar situaciones que nos exijan mucho más. La vida es el valor primordial y resguardarla nuestra misión prioritaria.
Llegó la noche y con ella la música, los cantantes improvisados, los bailarines espontáneos, la champeta que mezcló el sabor caribeño con el pacífico, la media hora loca, el karaoke, el locuaz, el tímido, el atrevido y el escondido. Todo ello, fusionado en un rato que nos desconectó del proyecto y del informe, pero que nos conectó con vibraciones intensas de hermandad y entusiasmo. Allí, en ese instante, salió de la maleta el cortado, el arequipe, el café, la mochila, el dulce, el turrón y cuanto detalle se consideró apto para representar nuestros territorios ¡qué orgullosos nos vimos!
Con el canto de las aves nos despertamos y acudimos al llamado del trabajo en equipo para reconocer la importancia de la comunicación en nuestra labor como gestores. Hablar, escribir, gestualizar, esquematizar: comunicar, son elementos indispensables que no podemos dejar fuera de nuestra maleta y que también requieren de un huequito en ella. Hacer y comunicar con detalle lo que hacemos, he ahí la clave del mensaje.
Después de recorrer los rincones de El Fuerte, de agitarnos un poco y de reflexionar sobre la necesidad de fortalecer nuestras habilidades comunicativas, coincidió en nosotros un crujir en el vientre, sabíamos que no era nada metafísico ni espiritual, pero si algo que nos seguía conectando: el hambre. Después de compartir el desayuno hallamos una coincidencia mucho más especial, no solo nos conecta el rugir del estómago, en nuestros proyectos hay más encuentros de los que pensábamos, más coincidencias de las que imaginábamos. Una silueta en la hoja nos ayudó a entender que un encuentro presencial era solo un complemento de lo que ya venía pasando: estamos conectados, nos hemos venido encontrando desde siempre, desde el mismo momento en que acudimos al llamado. Las intenciones de los proyectos y de las actividades que realizamos no están aisladas y obedecen a los propósitos fundacionales de la Corporación; allí estamos todos impregnados de amor por lo que hacemos.
Las maletas se sienten igual, dejamos en manos de otro lo que traía el huequito hecho en ella, pero ese mismo espacio nos sirvió para llevarnos algo significativo entregado con orgullo. Maletas fuera de las habitaciones y nosotros nuevamente en la maloca ¡A jugar! Aunque nos costó encontrar un ganador, entre pistas no pedidas, respuestas que se ponían en el tablero repetidamente para que nuestra memoria tuviera una pequeña ayuda y risas nerviosas que demostraban lo flojos que estábamos en los temas administrativos, comprendimos que las conexiones entre los procesos y nosotros son más que fundamentales. A la maleta también echamos información valiosa que harán más efectivas nuestras solicitudes.
Llegó Lito y con él sus reflexiones. Quisimos salvarnos de la extinción sin pretensiones, poniendo un pie en la tierra y ayudando a nuestros compañeros a tener conexión con la vida, encima nuestro, sin importar el peso; saltamos la cuerda, fuimos niños y salimos estrenando. Creer para crear, Gente que ama lo que hace, Se vale soñar, Somos territorio, La fuerza nos acompaña y Vamos con toda las frases en nuestro pecho.
Nos fuimos, nos despedimos, las mismas rutas de regreso, la maleta amplia y el corazón un poco más ancho. La razón de nuestro encuentro fue darnos cuenta de que encontrados ya estábamos y que las conexiones son y deben ser inevitables. Llevamos a nuestra casa una maleta llena de saberes, sabores y antojos, un equipaje cargado de elementos que tendremos que llevar con nosotros cuando acudamos a las comunidades con la pretensión de conectarlos con la vida, siempre con un pie en la tierra, pero son dejar de soñar.
Daniel Osorio
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