En cualquier momento de la vida hemos tenido la fortuna de transitar las carreteras de los departamentos de Caldas, Risaralda o Quindío, en especial aquella que conduce por la Ruta 29 sobre las veredas de Tribuna, Condina, sector el Roble, bordeando los Municipios de Salento y Circasia, contemplando la inmensidad del Valle del Cocora adornado por su majestuosos Yarumos Blancos, Robles y Cedros testigos del beso eterno de la naturaleza y el cielo; tal vez podría decirse que este es un fragmento extraído de algún libro de poemas, pero en esencia es la descripción tácita de un paisaje que lo hemos vuelto parte de nuestro inconsciente, un paisaje que sin lugar a dudas puede ser la comparación más cercana a un sinónimo inexistente para la PAZ, pues muchos diríamos que es tranquilidad, silencio, oración, fe, esperanza y desde luego armonía, pero ¿qué debemos entender por PAZ?, ¿es una obligación?, ¿es un deber?, ¿es un fin?, ¿es un propósito?, o son todos estos conceptos en una coordinación perfecta que lleva al entendimiento y la comprensión de la coexistencia del ser humano, entre él y con la naturaleza; la PAZ debería ser como ese paisaje del Eje Cafetero, un actuar inconsciente que esconde absoluta belleza, debería ser un saber dar sin esperar recibir a cambio, comprender en lugar de solo entender, reconocer en el otro su sabiduría y saber que “todos saben algo y nadie sabe todo”.

Mi abuelo, un hombre sabio de raíces antioqueñas, liberal de “pura cepa” como se le nombraba en aquellas épocas, quien tuvo la necesidad imperante de salir a recorrer desde los 11 años los caminos de esta Colombia, me narraba su aventuras llenas de tragedias y felicidades, pero sin lugar a dudas aquella que más me ha marcó fue justo en la llamada “época de la violencia partidista” desbordada el 9 de abril de 1948 con el reconocido “Bogotazo».

Justo en ese momento, mi abuelo liberal y Gaitanista trabajaba en las obras de apertura vial con Vías Nacionales, era quien administraba la dinamita utilizada para socavar las rocas y avanzar en el desarrollo, fue entonces cuando le llego la noticia… han matado a nuestro caudillo, el pueblo se ha alzado… y allí, en un gesto noble de PAZ mi abuelo, ese hombre sin educación, solo con el sabio entender de la vida, decide enterrar la dinamita y desplazarse del territorio para que esta no sea utilizada como instrumento de guerra, para algunos justificada desde la orilla del oprimido, para otros aprovechada desde la posición del opresor…. Hoy me pregunto si acaso este es el eterno bucle de tiempo de la vida…

Recuerdo también un día cuando mi abuela, una mujer Valluna oriunda del municipio de Caicedonia, reconocido por su esencia conservadora y desde luego hija de gamonal conservador don “Tista” como le decían, se enamora de un hombre liberal, trabajador y arriesgado por meterse en la boca del lobo, en una época donde, como lo diría Quico, la “Chusma”, y al mejor estilo de los profesionales en aves los “Pájaros”, no podían compartir un mismo territorio, donde usar el color rojo era un delito pero sangrar en defensa del partido era un honor. Surge esta historia al mejor estilo de “Romeo y Julieta” don el amor es ese catalizador que permite aflorar los gestos de PAZ.

Don Tista ecuánime en su pensamientos, un poco abierto a las posiciones de debate amplio sin pasiones, consiente una relación de rojos y azules en una familia que abrigaba a uno de los principales pájaros del territorio nombrado en libros tan importantes de historia como “Colombia Amarga” de Germán Castro Caicedo, un hombre que buscaba rojos para saciar su sed de violencia justificada por algunos en la muerte prematura de su esposa, la hermana de mi abuela, y fue entonces cuando fijó su propósito en “el negrito” como aun llama con cariño mi abuela a mi abuelo, un plan tan bien orquestado que incluía la elaboración de su fosa en territorio cafetero, sin embargo no contaba con un factor determinante en su objetivo; “Tista”, quien veía en el “negro” más que al liberal, el hombre pujante, comunitario, desinteresado en la entrega, hombre de familia, y cabe anotarlo; en este aparte de la historia, que no se equivocó; al caer la noche y cuando todo estaba preparado para el golpe final, en un acto de bondad y desde luego de amor por su hija, considerando que no comulgaba para nada con las acciones violentas de la época, motiva la huida de la joven pareja, quienes para ese momento ya estaban esperando su primer hijo quien llevaría en su honor el mismo nombre del abuelo. Lograron entonces llegar a salvo y asentar su nuevo hogar en la zona de Cruces en el municipio de Obando – Valle del Cauca, en donde desde luego surgieron nuevas historias y relatos de vivencias que permitieron edificar sus vidas y consolidar una familia como tal vez alguna vez lo pensó “Tista”.

Puede uno pensar que estas historias poco tienen relación con la PAZ, pensando desde un modelo macro donde se definen las grandes políticas y proyectos que construyen las “realidades”, en una nación donde vale más una corbata que un canasto de un campesino, donde la dignidad no se gana; se compra. Un país que requiere con urgencia de un verdadero “relevo generacional”, una nueva generación que se construya desde las bases de lo comunitario, del valor de la solidaridad, una generación que reconozca en el otro su semejante y que comprenda que estamos en una naturaleza prestada, de la que somos responsables de entregarla mejor de como la encontramos, una verdadera generación consciente de su entorno, sus limitantes y potencialidades; es entonces desde los pequeños detalles que se construye la verdadera PAZ, demostrando solidaridad sin tomar partido, generando actos de perdón y reconciliación, aportando en la comunicación familiar, construyendo en esencia espacios de convivencia… extendiendo la mano en una PAZ que se construye desde el hogar, el barrio y la vereda, el municipio, el departamento, la región y finalmente en el País.

Por: Juan Antonio Grisales