Por el que lleva en su cabeza todo el conocimiento milenario, acumulado desde la íntima relación que teje con su territorio y con sus raíces de ancestralidad y cotidianidad; por el que amasa en sus manos el sustento que nutre a todo un país; por el que marca con sus pies la historia de esta Colombia oculta, la del realismo mágico, la que nos cuesta entender desde el testimonio parcializado de un televisor.
El que porta en sus venas el elixir amoroso que nutre la tierra y la hace un nicho fértil para la vida; el que lleva en su corazón las ansias generadas por la espera de una reforma agraria que, después de varias décadas, aún no llega y que se desvirtúa en el accionar limitado de un Estado que desde las buenas intenciones desdibuja los principios de bienestar, inclusión y equidad consignados en nuestra Constitución Política.
Por el que desafía la individualidad y asume cada día el reto de buscar en el Cabildo, en el Consejo Comunitario, en la Junta de Acción Comunal, en las Juntas Administradoras Locales, en las Asociaciones de Productores, entre otras, formas de consenso que aún con las limitaciones propias de la condición humana, le apuestan permanentemente a la consolidación de territorios pacíficos y resilientes.
Por ellos, por los que en la Cuenca del Río Anchicayá construyen conocimiento sobre el cuidado necesario para la cría de gallinas felices y de sus cultivos tradicionales; por los que en los Parques Munchique, Tatamá y Farallones; así como en la Cuenca del Río Saldaña realizan acuerdos para generar transformaciones que les permitan convivir en armonía con los ecosistemas estratégicos que habitan; por todos los que en el Eje Cafetero buscan, como Musáceas del Quindío, generar procesos innovadores para la transformación de sus productos.
Por los que en la Cuenca Alta del Río Tuluá y en los hermosos paisajes de Prado dejan en evidencia que los diálogos de conocimientos permiten avanzar en la construcción de sistemas ganaderos de pequeña escala, comprometidos con la disminución de impactos ambientales; por los que en los diferentes municipios del Norte y el Centro del Cauca hoy buscan fortalecer sus procesos de comercialización en marcos de eficiencia y justicia social.
Por esos que inspiran la creación y el accionar de colectivos sociales, que como la Asociación Comunitaria Territorios de Paz, Asociación Minga Mujer, Teatro en el Campo y todas las formas emergentes de juntanza, hoy buscan aproximar, cerrar brechas y mejorar el relacionamiento entre el campo y la ciudad.
Por todos ellos y por los que, sin enunciar aquí, hacen que la vida de usted que está leyendo y la mía, sea posible y permanezca impregnada de ese sabor que el campo colombiano ofrece a propios y extraños.
Escribo en honor a ellos, en reconocimiento de sus luchas y a su dignidad y abrigada en la esperanza de que entre todos, habitantes de lo urbano y lo rural, lleguemos a consensos que permitan que el campo colombiano logre cosechar la paz que tanto necesitan nuestros campesinos para su buen vivir.
Margarita Noreña
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