El sistema educativo es uno de los más afectados por la cuarentena en Colombia, todo, porque no se encontraba preparado, no lo está aún, para enfrentar una situación como la que ha generado la propagación del COVID–19. Irremediablemente, las consecuencias derivadas por la imposibilidad de asistir a clases presenciales y limitar el proceso de enseñanza-aprendizaje a la interacción virtual serán nefastas para el futuro de la nación; un retraso que no solo se mide en tiempo, sino también, en desarrollos cognitivos pausados y perezosos, competencias que no alcanzarán sus objetivos de formación y una adaptación a las nuevas tecnologías que dependerán de inversiones estatales que difícilmente llegan a los sectores que más la necesitan.

Los estudiantes, junto con sus padres, se están viendo en la imperiosa necesidad de aprender a interactuar con el mundo digital de otra manera, un mundo al que hasta hace poco acudían un gran número de ellos para explorar las trivialidades y banalidades del mundo de los influencers, ver una telenovela turca o descubrir algún secreto culinario. Hay que evitar el prejuicio, pero con lástima se debe reconocer que la gran mayoría de interacciones con el mundo digital se limitan a intereses relacionados con el entretenimiento. He allí, uno de los muros más altos que debe escalar la alternativa de la educación virtual en medio de la pandemia.

Los obstáculos no son menos preocupantes y desafiantes a la hora de equiparar las posibilidades de desarrollo cognitivo y formación de aquellos estudiantes que, por la capacidad económica de sus padres, no pueden acceder al mundo virtual de una manera más fluida. Si bien algunas instituciones educativas han puesto a disposición de los estudiantes computadores portátiles y tablets, estos no son suficientes para cubrir la demanda; sumado a esto, está la dificultad de algunos padres para acompañar a sus hijos, no solo en la ejecución de tareas académicas, sino en la intermediación entre lo que el docente propone y lo que el estudiante debe hacer.

Es así como los retos para el sistema educativo son enormes, los aquí nombrados son solo la punta del iceberg y el Estado tendrá que hacer una inversión mucho mayor de la que se espera. Se escucha a los gobernantes tomar medidas para la recuperación económica, inversiones para subsidiar servicios públicos, créditos para el sector empresarial, ayudas económicas para desempleados, entre otras; así mismo y por obvias razones, el sector salud ha sido prioridad de inversión para el gobierno. Sin embargo, las medidas de inversión económica para educación parecen brillar por su ausencia, no se va muy lejos si detallamos la lucha de los estudiantes y docentes de la UTP para obtener subsidio en la matrícula. No se escuchan medidas para aumentar el gasto público que permita mejorar las condiciones de acceso digital y las capacidades locativas de las instituciones para funcionar en medio del aislamiento social.

En este sentido, las opiniones están divididas, por un lado, el gobierno propone regresar a clases a partir del 1 de agosto bajo un modelo de alternancia que, en últimas, no aporta mucho a la solución, con medidas rigurosas que prácticamente cercenan la esencia y el espíritu de la escuela; por otro lado, las instituciones educativas que no quieren regresar a clases si no hay inversiones significativas, tanto locativas como de implementos, para mitigar el riesgo de contagio; por último, las familias que, capturadas por el temor mediático, no desean enviar a sus hijos a un terreno minado que pone en riesgo su integridad.

En medio de este sándwich están los estudiantes que, desconcertados y estresados, intentan responder a las nuevas exigencias del contexto, aprovechar cada minuto de interacción que ofrecen las plataformas y, por lo menos, contestar el llamado a lista para que la evidencia de su simple “presencia” le sirva para ser promovido, sin importar qué tanto quedó en su cabeza.

¿Hay luz al final?

Por: Daniel Osorio