Siendo las doce cero y un segundo de la noche del treinta y uno de diciembre del 2020/21, mientras aún reverbera el himno de este acontecimiento “faltan cinco pa las doce” en los albores del nuevo año, no pude dejar de pensar en qué nos traería el nuevo año. Aún con el aroma del alcohol en manos, cuello y brazos con el que nos impregnamos antes de darnos el abrazo de la buena intención, el del corrientazo con el que se reinicia la pantalla de la panorámica en medio de ese ritual cada vez más nostálgico y cargado de incertidumbre. Pasa en el reloj el minutero, estamos de nuevo en el futuro incierto, aquel escenario al que no creímos que podríamos llegar en aquellos días de encierro y desasosiego.

No dejamos de escuchar las frases cargadas del cliché de “la nueva realidad” “lo que vendrá será mejor”, “ya lo estamos superando”, “de esta salimos juntos”, bla, bla, bla… ¿Tendrán algo de cierto esas frases, algo de peso testimonial de algún viajero futurista que fue y regresó, como para atestiguar que las decisiones que tomamos han acelerado positivamente el destino? 

Con una mirada optimista, miré por mi ventana en 2020 y soñé con que habíamos aprendido de los errores del ayer, que nos habíamos reconciliado con él planeta (eso incluye todo lo que está allí contenido, desde el virus más imperceptible hasta el más molesto opositor); soñé que la solidaridad y la empatía se consolidaban como valores rectores en nuestra sociedad “exdecadente” y “pospandémica”.

Pero entrado el 21 sólo tuve que ver los desmanes de la democracia, incendiándose allá donde la libertad es erigida por el Águila, el nuevo paisajismo realista en las cifras de muerte cada día, los más vanos criterios para repartir una vacuna (non prova) que ya empezó a contagiarnos con el virus de la desconfianza, los balances entre vida y economía, los discursos de la nueva realidad cuyo contenido son tan livianos que poseen muy poco de novedoso. Sálvese quien pueda…

¿Qué es la nueva realidad? Enfrentar cada nuevo día pensando: ¿con qué tapabocas me saldrá esta blusa? o, ¿será que mejor voy presencial o me quedo virtual ?

Hoy nos enfrentamos al peso de tener que tomar decisiones esenciales cada día, sobre si lo que voy a hacer afecta mi vida y la de los demás, siempre poniendo la VIDA como el factor potenciador en cada regla de tres en las decisiones que tomamos. Tal vez si usamos esa fórmula básica, podemos solventar cuestionamientos sobre la  alternancia vs la virtualidad, economía para la vida, servir a otros para ayudarme a mí y muchas otras cuestiones fundamentales y arraigadas en una ética ciudadana y una ecología humana. 

La nueva realidad aún nos espera pacientemente a que lleguemos a ella con lo sorprendente de la novedad, de lo diferente, de lo esencial… Aún tenemos oportunidad para brillar, ¡aún podemos ser la humanidad que demuestre por qué merecer! 

¡Hasta que amanezca, veremos!