En estos tiempos de confinamiento en el que no se nos permite desplazarnos por los diferentes territorios de nuestro país, me he aventurado a recorrer mi memoria y he visitado diferentes paisajes coloridos que habitan las comunidades que nos albergan, y que son la razón de nuestro diario quehacer, teniendo como bandera el ayudar a convertir sueños en realidades.
Me detuve a pensar en el Resguardo Indígena de Aco Viejo Patio Bonito, un lugar a dos horas del municipio de Prado en el departamento del Tolima, una comunidad que día a día bajo un sol inclemente, libra una batalla por la supervivencia y sueña como muchos de nosotros tener una vida digna y cuidar la tierra pues “el indio sin tierra no es indio”. El territorio es su identidad; ellos habitan una parte de la montaña donde todo parece entrar en comunión con el universo, donde la paz alberga al corazón y la majestuosidad de los paisajes es un elixir para nuestros sentidos.
Vereda de Aco Viejo Patio bonito es el nombre que se le asignó a este lugar mágico, centro poblado donde residen campesinos e indígenas pijaos reubicados como consecuencia de la inundación del antiguo Aco Viejo. Allí ellos siguen en su lucha por conservar sus raíces y sabiduría ancestral; la población indígena tiene su propio gobierno plasmado en el reglamento interno y fundamentado en usos y costumbres que emergen de su cosmovisión, son héroes invisibles que cuidan los bosques y las montañas, los ríos y fuentes hídricas, protectores de la “Madre Pacha” como le dicen a la tierra, con el amor y respeto que nos merece.
Sin embargo en el recorrido surgen los senderos tortuosos donde nada es color de rosa, la piedra en el zapato que hace que “valga la pena” esta tarea que nos ponemos las instituciones; los protectores de la montaña se quedan olvidados tejiendo sus sueños de esperanza, de un mejor mañana para las generaciones venideras, sueñan con ser modelo de organización, disciplina, esfuerzo y pujanza para otras comunidades. Sueños de un pueblo golpeado por la violencia, por el abandono del estado, que por las consecuencias del cambio climático viven a merced de las bondades del cielo para que vertientes hídricas puedan contener el más preciado tesoro; el agua, y garantizar la subsistencia de sus familias con prácticas milenarias como la pesca y las labores agrícolas como la siembra de la yuca y el plátano cachaco que representan la comida para sus familias.
En Manantial decimos que “se vale soñar” y ellos lo hacen muy bien, por eso sueñan con diversificar sus cultivos, con motivar y enseñar a sus hijos e hijas a amar la tierra y a ver una oportunidad en su territorio sin tener que abandonarlo.
Qué bueno seguir soñando con ellos y apostarle a su visión de desarrollo, al rescate de sus costumbres porque como dice un pijao “la cultura es el corazón del desarrollo”. Seguir acompañándolos en sus rituales donde la narración de historias pasa de generación en generación alrededor de una bebida tan deliciosa como la chicha; acompañarlos en sus mingas; práctica de costumbre ancestral ejemplo de un ejercicio colectivo para el trabajo práctico donde ayudan a la comunidad a resolver sus necesidades.
Mientras esto sucede, termino mi recorrido bajo los árboles de los dulces mangos de la hacienda La Florida, disfrutando de un rico guarapo de arroz y deleitándome con su gastronomía con un delicioso viudo de pescado hecho en leña, esto me lleva a pensar que el 9 de agosto, fecha en la que se celebra el Día Internacional de los Pueblos Indígenas no debería pasar desapercibida o ser una fecha más en el calendario, sino que debemos seguir trabajando por la reivindicación de esas costumbres ancestrales, de esa riqueza cultural, de esa sabiduría milenaria que ha trascendido hasta nuestros tiempos y que gracias a ellos también somos lo que somos, que gracias a ellos también construimos territorio, construimos país.
Editorial por: Marta González
Fotografías por: Marta González
Diseño por: Kchama Design
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